Dos términos que solemos escuchar a menudo las comidas fast food o slow food. Las primeras son las preparaciones rápidas, esa que consumimos en las grandes cadenas de hamburguesas, pizzas, etc. cuya propuesta son almuerzos y cenas en un tiempo corto con sabores artificiales y menús estándar donde abundan las grasas, fritos y refrescos artificiales.
En contraposición el movimiento slow food es la comida preparada con tiempo, utilizando alimentos orgánicos y naturales. Una idea que se originó en 1986 siendo su creador el italiano Carlo Petrini y que en la actualidad cuenta con millones de seguidores en todo el mundo.
En realidad la elección es particular de cada uno. Consumir alimentos de producción masiva y artificial o aquella que se elabora en pequeños establecimientos basada en una cocina tradicional y saludable.
Son dos estilos de vida diferentes que implica no sólo una opción de cómo alimentarnos sino de un estilo de vida diferente.
El slow food tiene una propuesta concreta que es la de recuperar la producción de alimentos artesanales y devolverle a las personas el interés por la gastronomía, respetando además la “ceremonia” de la comida como un momento para compartir con la familia o los amigos y comer de forma lenta para disfrutar de los alimentos.
La comida fast food se elabora a base de patatas o harina de trigo que en su justa medida son alimentos saludables. Sin embargo, el problema reside cuando a ellos se le suman una extensa lista de aditivos químicos que sirven para conservar y estabilizar los alimentos además de engañar al paladar con sabores sabrosos y la vista con presentaciones suculentas.
Por otra parte este tipo de comidas contiene una excesiva cantidad de sal que genera la necesidad de beber sobre todo los refrescos con azúcar, otra forma de alimento “vacío”.
Es necesario tener en cuenta que un consumo de sal en exceso está relacionado en forma directa con la hipertensión que con el tiempo puede producir problemas cardíacos.
Estos alimentos está diseñados para gustar al paladar de las personas y como resultado vender más comida, pero la proporción de nutriente que poseen no son los adecuados y liberan mucha energía por su alta proporción de carbohidratos pero aportando pocas proteínas, vitaminas y lípidos de alto valor nutritivo.
Asimismo, contienen polisacáridos que son de fácil digestión y con ellos se experimenta una subida rápida del nivel de glucosa en sangre produciendo una rápida satisfacción del apetito, pero que no dura demasiado tiempo ya que no se encuentra acompañada por proteínas y fibras y luego de una hora se siente nuevamente hambre pese a que el número de calorías consumidas fue alto.
El consumo descontrolado de este tipo de comida fast food se relaciona directamente con enfermedades como obesidad, accidentes cardiovasculares, hipertensión, anemia y diabetes, además de considerarse una comida de tipo adictiva.
Quienes han decidido dejar de lado la comida rápida y formar parte del movimiento slow food han llegado a tomar conciencia sobre la calidad de la comida, evitando las grasas, verificando aquello que ingieren y adoptando una filosofía de vida más apaciguada en todos los ámbitos de su vida, algo que va más allá de la alimentación, a pesar que el comienzo por una mejor calidad de vida puede estar en los alimentos sanos y las comidas naturales.