Desde extremadamente pequeños los niños experimentan una serie de emociones de diferente origen y intensidad, es por ello que nuestro bebé puede sonreírnos cuándo alguien cercano le acaricia mientras que puede ponerse a barrear a gritos si es un extraño quien lo coge.
De hecho, la expresión de las emociones puede contemplarse desde el momento del nacimiento, es por ello que podemos contemplar pueden mostrar enfado o desagrado ante situaciones totalmente diferentes como pueden ser la de agrado al estar alimentándolo o la de desagrado cuándo tiene hambre.
Las emociones básicas que podemos contemplar en un niño en su primera infancia (entre los tres y cuatro años), tal como nos indica Harris son: la alegría, el enfado, la sorpresa, la ansiedad, el miedo y la tristeza.
Al acabar la primera infancia tiene lugar un nuevo logro en el desarrollo emocional de nuestro hijo y empieza a experimentar emociones bastante más complejas de las cuáles las más importantes son el orgullo, la vergüenza y la culpa y para que cualquiera de estas emociones puedan cumplirse es necesario que exista cierto desarrollo en el niño: el conocimiento de las normas y los valores sociales, la autoconciencia, etc.
Será cuándo el niño tenga ya el dominio del lenguaje, cosa que ocurrirá cerca de los 3 o 4 años, cuándo con más fuerza se dé lugar el desarrollo emocional de nuestros hijos. La razón de qué esto ocurra es que el lenguaje es uno de los instrumentos más precisos y necesarios para poder comunicar nuestros propios sentimientos tales como: “mamá tengo miedo”, “mamá estoy triste”, etc.
Es la capacidad de poder etiquetar las emociones en emociones específicas las que darán lugar a emociones cada vez más dispares y distintas que irán desarrollándose con el paso de los años hasta la edad adulta y completar de esta manera su desarrollo emocional.